Educación
En el listado de cosas que ha hecho uno en la vida, ya tengo una más tachada. En concreto es la de: "Asistir a un juicio".
Asistía yo como demandante. Hace tiempo cometí el error de alquilar un apartamento a quien no debía. Durante mucho tiempo no lo lamenté, pensé genuinamente que de la crisis sólo podíamos salir juntos, ayudándonos entre todos. Alquilar un apartamento por un precio por debajo del precio de mercado a alguien que aparentemente te lo va a cuidar adecuadamente me pareció que era una buena contribución por mi parte.
Años después todo se torció. Muchas promesas vanas, una confianza que se resquebrajaba y, por último, dos semanas llamando dos veces diarias con el silencio como único elemento que respondía mis llamadas. Comuniqué entonces que, si no podíamos comunicarnos, tendrían que hacerlo nuestros abogados. Y en manos de uno me puse.
Me da la sensación de que mi abogado pudo haber conseguido un mejor acuerdo pero también es probable que el resultado definitivo hubiera sido el mismo. En cualquier caso, eso es lo último y creo que este comentario es el único que añadiré. Lo que realmente recuerdo fue mi llegada. Un primer piso de un antiguo bloque convertido ahora en juzgado, un agente posiblemente de la guardia civil, que me pregunta a dónde voy, yo que comento que asisto a un juicio y me espera mi abogado, me dejan pasar, subo las escaleras y abro la puerta.
Allí me encuentro a mi abogado, lo saludo, empieza la charla intrascendente y en esto que veo a un par de metros al acusado quien aparentemente me ha visto entrar y no quiere ni establecer contacto visual: "Buenos días, Miguel Ángel"
- Buenos días, responde él.
Vuelvo a la charla intrascendente con mi abogado quien me reconoce que él no lo hubiera saludado. "Tú eres más educado que yo", me dice.
Y no lo sé, quizás sí. En cualquier caso, da igual. Da igual la educación de mi abogado y la falta de educación, el desagradecimiento y hasta la desfachatez de mi inquilino de quien otrora tenía otra imagen. Él, el inquilino, tiene cinco hijos de un único matrimonio y una ex-mujer de la que renegaba. Al oírle, en su momento, pensé que había cometido errores pero que intentaba conducirse en la vida de forma que los pudiera subsanar. Ya sé (lo intuyo más que lo sé, para ser exactos) que en aquella guerra, como en prácticamente todas, no hubo víctimas inocentes.
Los únicos, y no todos según me comentaron con posterioridad, los hijos, la verdad y la educación. Bueno, tampoco es cierto, la verdad y la educación es probable que fueran víctimas inocentes desde muchos años antes.
En mi caso, no puedo decir que siempre diga la verdad. Tal como dijo una vez un jefe, "casi siempre digo la verdad" y las veces en las que no lo hago, suelen ser bastante benignas. Eso sí, la educación la mantengo siempre, no casi siempre sino siempre. En el listado de cosas todavía por hacer ... "perder la educación". Espero no tener que marcarla nunca.
Un saludo, Domingo.
Creo que dentro de poco tendré esa opción tachada en mi lista de cosas por hacer. Y por el mismo motivo que cuentas. Saludos.
ResponderEliminarVaya por Dios :-(. Mucha suerte en todo caso.
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