Vidas Rotas
Estoy leyendo ahora "Vidas Rotas: todas las víctimas de ETA"
Creo que todos deberíamos. Se lo debemos a aquellos que dieron su vida involuntariamente ante el criterio siempre caprichoso de una banda (con muchos nombres) de asesinos. Se lo debemos porque gracias a su, de nuevo, involuntario sacrificio, no caímos nosotros. Hubiera bastado con que ETA pusiera una bomba cuando no solo una bala en un lugar y hora diferente para que nosotros mismos estuviéramos en el libro y nuestras familias fueran unas de esas que se indignan cuando escuchan quejarse a aquellos que tanto dolor han causado.
No sé cuál fue el primer atentado de ETA que recuerdo. Quizás el de Hipercor aunque no por el momento mismo sino por haber escuchado hablar de él con posterioridad. Quizás el de Gregorio Ordóñez, no sé.
Lo que sí sé es cuáles son los primeros antentados que recuerdo con más claridad. Uno de ellos fue el de Callao en Madrid. Debió ser una o dos semanas después de pasear yo por esa calle y meterme en ese Corte Inglés haciendo tiempo para la entrevista de trabajo.
En ese ya había acabado la carrera, antes de hacerlo recuerdo el de Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión. Por supuesto recuerdo también el de José María Martín Carpena en Málaga, el de Ernest Lluch, el de Tomás y Valiente (este se me quedó por lo peculiar del apellido y porque había sido citado en clase unos años antes por un profesor de Literatura, si no recuerdo mal) y bueno, tantos otros que recuerdo con mayor o menor detalle. El de Buesa y su escolta, el de aquel empleado de una autopista justo antes de unas elecciones, el de la niña de corta edad a la que se le cayó encima un mueble por una bomba en un cuartel, los trabajadores ecuatorianos en el atentado de la T4, los guardias civiles de paisano en Francia, el gendarme francés ... y más que ningún otro, el de Miguel Ángel Blanco Garrido.
Todas esas fueron vidas segadas por la sinrazón, la misma que sigue sin pedirles perdón a cinco minutos de declarar su disolución. Pero hubo más, muchos más, muchísimos más. Están Irene Villa, Eduardo Madina y tantísimos otros. Esas vidas no fueron segadas pero sí cambiaron radicalmente. Como el árbol que tras una poda extrema vuelve a la vida como puede.
Todo esto no lo he leído todavía. Voy por el año 1982. Estoy acabando "los años de plomo". Aquella época debió ser terrorífica. No era una banda terrorista por nada. Todavía en los primeros años 90, una profesora de religión nacida allí nos contaba cómo en las fiestas locales se proferían vivas a ETA. A eso, hay que unirle las características vitales de las víctimas: jóvenes, demasiado jóvenes y la mayoría ya cargados de hijos.
Sin duda eran otros tiempos, parejas que con 25 ó 27 años tenían 3 ó 4 hijos. Policías, guardias civiles, concejales o trabajadores comunes que o bien trabajaban en una industria que no gustaba a los asesinos (empleados de Telefónica a los que acusaban de realizar escuchas para la policía ) o compatibilizaban su trabajo con un bar, un taller, una farmacia ...
Pero precisamente por eso la situación debía ser mucho más terrible. Es cierto que los terroristas que más tememos ahora hace un particular buen uso de las redes sociales para la distribución de su mensaje y la captación de nuevos acólitos, pero igualmente cierto es que el resto de la población también las utiliza y pueden contrarrestar, hasta cierto punto, su efecto. Por aquel entonces no había twitter, pero tampoco posibilidad efectiva de parar la única propaganda que conocían, dos casquillos de bala de 9mm parabellum junto a la cabeza ensangrentada de un cuerpo inerte o los restos de goma2 (más tarde amonal o amosal) y los asesinos de vuelta al santuario francés.
Ante eso, la lenta labor de zapa, los infiltrados en la banda (un queso gruyère decían ellos que eran) la colaboración tardía pero que afortunadamente llegó por parte de Francia ... nunca es tarde. Al igual que nunca es tarde para pedir perdón. Yo reconozco que dudé del cese indefinido de la violencia. Era escéptico y me equivoqué. Lo reconocí en el blog al año siguiente. Ellos se equivocaron casi 1000 veces. Ayer reconocieron haberse equivocado en una pequeña parte. A ver si algún día tienen la valentía que durante tantos años les faltó y piden perdón a todas esas vidas rotas, ayudar a dilucidar qué y quién hizo qué en todos esos atentados sin resolver y, ya sería mucho, pero también ya si eso, pagar las indemnizaciones a las que fueron condenados y que el estado ha tenido que pagar por ellos.
Un saludo, Domingo.
Creo que todos deberíamos. Se lo debemos a aquellos que dieron su vida involuntariamente ante el criterio siempre caprichoso de una banda (con muchos nombres) de asesinos. Se lo debemos porque gracias a su, de nuevo, involuntario sacrificio, no caímos nosotros. Hubiera bastado con que ETA pusiera una bomba cuando no solo una bala en un lugar y hora diferente para que nosotros mismos estuviéramos en el libro y nuestras familias fueran unas de esas que se indignan cuando escuchan quejarse a aquellos que tanto dolor han causado.
No sé cuál fue el primer atentado de ETA que recuerdo. Quizás el de Hipercor aunque no por el momento mismo sino por haber escuchado hablar de él con posterioridad. Quizás el de Gregorio Ordóñez, no sé.
Lo que sí sé es cuáles son los primeros antentados que recuerdo con más claridad. Uno de ellos fue el de Callao en Madrid. Debió ser una o dos semanas después de pasear yo por esa calle y meterme en ese Corte Inglés haciendo tiempo para la entrevista de trabajo.
En ese ya había acabado la carrera, antes de hacerlo recuerdo el de Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión. Por supuesto recuerdo también el de José María Martín Carpena en Málaga, el de Ernest Lluch, el de Tomás y Valiente (este se me quedó por lo peculiar del apellido y porque había sido citado en clase unos años antes por un profesor de Literatura, si no recuerdo mal) y bueno, tantos otros que recuerdo con mayor o menor detalle. El de Buesa y su escolta, el de aquel empleado de una autopista justo antes de unas elecciones, el de la niña de corta edad a la que se le cayó encima un mueble por una bomba en un cuartel, los trabajadores ecuatorianos en el atentado de la T4, los guardias civiles de paisano en Francia, el gendarme francés ... y más que ningún otro, el de Miguel Ángel Blanco Garrido.
Todas esas fueron vidas segadas por la sinrazón, la misma que sigue sin pedirles perdón a cinco minutos de declarar su disolución. Pero hubo más, muchos más, muchísimos más. Están Irene Villa, Eduardo Madina y tantísimos otros. Esas vidas no fueron segadas pero sí cambiaron radicalmente. Como el árbol que tras una poda extrema vuelve a la vida como puede.
Todo esto no lo he leído todavía. Voy por el año 1982. Estoy acabando "los años de plomo". Aquella época debió ser terrorífica. No era una banda terrorista por nada. Todavía en los primeros años 90, una profesora de religión nacida allí nos contaba cómo en las fiestas locales se proferían vivas a ETA. A eso, hay que unirle las características vitales de las víctimas: jóvenes, demasiado jóvenes y la mayoría ya cargados de hijos.
Sin duda eran otros tiempos, parejas que con 25 ó 27 años tenían 3 ó 4 hijos. Policías, guardias civiles, concejales o trabajadores comunes que o bien trabajaban en una industria que no gustaba a los asesinos (empleados de Telefónica a los que acusaban de realizar escuchas para la policía ) o compatibilizaban su trabajo con un bar, un taller, una farmacia ...
Pero precisamente por eso la situación debía ser mucho más terrible. Es cierto que los terroristas que más tememos ahora hace un particular buen uso de las redes sociales para la distribución de su mensaje y la captación de nuevos acólitos, pero igualmente cierto es que el resto de la población también las utiliza y pueden contrarrestar, hasta cierto punto, su efecto. Por aquel entonces no había twitter, pero tampoco posibilidad efectiva de parar la única propaganda que conocían, dos casquillos de bala de 9mm parabellum junto a la cabeza ensangrentada de un cuerpo inerte o los restos de goma2 (más tarde amonal o amosal) y los asesinos de vuelta al santuario francés.
Ante eso, la lenta labor de zapa, los infiltrados en la banda (un queso gruyère decían ellos que eran) la colaboración tardía pero que afortunadamente llegó por parte de Francia ... nunca es tarde. Al igual que nunca es tarde para pedir perdón. Yo reconozco que dudé del cese indefinido de la violencia. Era escéptico y me equivoqué. Lo reconocí en el blog al año siguiente. Ellos se equivocaron casi 1000 veces. Ayer reconocieron haberse equivocado en una pequeña parte. A ver si algún día tienen la valentía que durante tantos años les faltó y piden perdón a todas esas vidas rotas, ayudar a dilucidar qué y quién hizo qué en todos esos atentados sin resolver y, ya sería mucho, pero también ya si eso, pagar las indemnizaciones a las que fueron condenados y que el estado ha tenido que pagar por ellos.
Un saludo, Domingo.
Comentarios
Publicar un comentario